La pluma Homosexual.
La “pluma” es una palabra del argot homosexual que designa la existencia de rasgos y gestos femeninos en hombres, así como masculinos en mujeres. Hasta ahí una definición casi académica, pero la palabra pluma es algo más, pues crea categorías sociales: los-que-tienen-pluma, frente a, los-que-no-tienen-pluma. Categorías que están cargadas de prejuicios y malentendidos que me gustaría analizar, pues se dan incluso entre los propios gays y lesbianas. Y nos hacen mucho daño a todos, por su carga latente de homofobia.
Buscando plumas


Es decir que se ajusten a los estereotipos de hombre y mujer que marcan los cánones heterosexuales.
Todos estos prejuicios heredados de la cultura heterosexista, hacen que mucha gente sufra una intolerancia doble: por ser homosexuales y por ser afeminados. Dándose esta exclusión social incluso en el propio ambiente gay. Al rechazar a los que tienen pluma están rechazando, en el fondo, a los que tienen una orientación homosexual.
Es como si dijeran: “El homosexual eres tú, que pareces una nena. Yo soy un hombre, aunque me acueste con otros hombres. Estar contigo sería recordarme que soy homosexual, o que los demás lo puedan pensar de mí”.”Yo busco un hombre de verdad”. ¡Toma esa! ¿Entonces que son los afeminados?
Sexo, género, orientación sexual

Las personas pertenecemos a dos sexos: varón y hembra, definidos básicamente por el tipo de genitales que tenemos al nacer. A partir de ahí se nos tratará de formas diferentes, se nos vestirá, se nos darán juguetes, se nos marcará con expectativas de comportamiento excluyentes: los niños no lloran, las niñas no se manchan, etc, etc. Se nos está marcando una identidad de género: lo femenino y lo masculino. Pues bien poco a poco vamos conformando una “identidad de género secundaria”: La forma de movernos, de hablar, de andar, las posturas del cuerpo, son diferentes para hombres y para mujeres. Hay una necesidad social de dejar bien claro quién es varón y quién es hembra. Pero en cada cultura y época histórica, en cada estrato social las formas cambian y no existe ninguna específica que permanezca. Lo que se considera como femenino o masculino no está determinado por los genes; son convenciones culturales, y por tanto cambiantes. Si no pensemos en las épocas de los hombres con pelucas y polvos en las mejillas, en las cortes europeas.
Desprecio de lo femenino
El niño se identifica con el primer ser que le cuida y con el que se fusiona, que es una mujer normalmente. Es lo que valora más y por eso encontramos en los primeros años de vida del varón un deseo de tener bebés, como su mamá, y de ser como ella. Al crecer, para poder separarse psicológicamente de ella e identificarse con su propio género y sexo, tendrá que oponer un rechazo a las fuerzas que le llevan a seguir identificado con ella. Está como imantado por ella, y para no quedarse atrapado por esa fuerza la rechaza.

Es una teoría simplista, pero clara. Que incluye una idea previa de que los géneros son excluyentes y si se pertenece a uno no se puede pertenecer al otro. Y que si el varón quiere ser masculino tiene que rechazar lo femenino, y para conseguirlo tiene que desvalorizar lo que vivió como lo más deseado y perfecto.
La niña varonil, puede haber encontrado un rechazo materno, o preferir las ventajas de los niños, y su libertad. El modelo femenino que ha recibido está más desvalorizado de lo habitual. Preferirá la compañía de los varones.Ser afeminado.
El varón tendrá que encontrar refugio muchas veces en grupos de niñas, lo que afianzará sus gestos o maneras femeninas, así como sus gustos, no siendo raro que idealice a actrices o cantantes “muy femeninas”, con las que puede identificarse.

Este rechazo vivido puede dejar una desconfianza en los otros, que haga que la pluma se utilice como arma, haciendo de la debilidad fuerza. Es un defenderse atacando. Y esto explicaría el carácter de algunos gays muy cáusticos, que utilizan constantemente la ironía, el desdén, y la burla. Reflejando mucho de la agresión que sufrieron en su momento.
Otros tienen una represión gestual y una tensión corporal por el bloqueo de los posibles gestos femeninos. Lo malo es que esa rigidez se haya transferido a los propios sentimientos y a la expresión de las emociones. Y que genere alergia a la pluma, por la envidia inconsciente que produce la libertad gestual de los que la expresan.
De hecho es curiosa la expresión “soltar una pluma”: está mostrando que la pluma a veces se lleva tan reprimida, oculta bajo un manto de “normalidad”, que en cuanto uno no se ve cohibido, puede expresarla pero de forma explosiva y jocosa, por lo que tiene de liberación.

La pluma Hétero
La pluma es un código complejo de comportamientos y actitudes físicas y psicológicas que tradicionalmente se ha asociado a los hombres gays como una de sus señas de identidad. La pluma es criticada desde gran parte del mundo heterosexual como un exceso de afectación desplegado por los gays para molestar a los hombres de verdad. En realidad, como en tantas otras cosas, lo mayoritario, la norma, pasa desapercibida. Y lo mayoritario es la pluma hétero, «un código complejo de comportamientos y actitudes que tradicionalmente se ha asociado a los hombres heterosexuales como una de sus señas de identidad». La pluma hétero es soltada como una forma de juego irónico con la representación y la identidad masculina, la pluma hétero está firmemente arraigada en la conducta de todo macho que se precie como algo serio, incuestionable, «con lo que no se juega», algo tan instalado en el «ser un hombre» que ni siquiera de ve. Y no hay nada más ridículo que tomarse en serio una identidad.
Si se mira con cierta distancia, la pluma hétero es bastante cómica, sobre todo comparada con la seriedad que muestran sus practicantes. Es el código completo de los ritos de iniciación heterosexual que sufren los niños desde su nacimiento, durante la escuela y en la vida adulta.
He aquí una lista (no exhaustiva) de cómo suelta pluma un hétero:
– Rascarse los cojones en público.
– Leer el MARCA. Discutir de fútbol con los compañeros y amigos.
– Saludar a otro amigo propinándole golpes en la espalda o en el pecho y riendo con la voz muy grave.
– Intercalar un taco cada tres palabras.
– Fumar puros tomando una copa de anís sentado con las piernas abiertas.
– Escupir sorbiendo previamente los mocos.
– Hacer comentarios machistas y homófobos.
– Bailar agarrotado, con los puños cerrados y los codos pegados al cuerpo.
– Echar el culo hacia atrás al abrazarse con un amigo.
– Admirar los coches veloces, y conducir agresivamente.
– Contar con orgullo las anécdotas de la mili (las novatadas tan «divertidas» que hizo), las borracheras (es el que más aguanta) o las relaciones sexuales que ha tenido con mujeres (las tías que «se ha tirado»).
– Beber cerveza agarrando la botella por el cuello y echando eructos sonoros de forma ostensible.
La pluma hétero es completamente alienante, porque la mayoría de sus practicantes no se dan cuenta de que se trata de papeles o representaciones que no remiten a ninguna «esencia» masculina o viril; y lo que es peor, muchos heterosexuales se han construido una identidad inmutable en torno a esa pluma, repitiendo un código de disciplina corporal y afectiva que garantiza la integración social, pero que impide cualquier posibilidad de reconocimiento del propio deseo y del propio cuerpo, en toda su diversidad.
La pluma hétero no es un algo que pertenezca a los hombres que son heterosexuales. Muchos gays en el armario sueltan pluma hétero como descosidos para que no se sospeche que son maricas. Otros gays sueltan pluma hétero porque piensan que así son más atractivos, más masculinos, más deseables para otros gays (algunos leather, osos, moteros…). Por otra parte, algunos héteros no tienen nada de pluma (hétero), y entonces se piensa de ellos que son maricas. Y finalmente, algunas lesbianas sueltan pluma hétero porque les gusta romper con el papel femenino que se les asigna por el hecho de ser mujeres. La mujer que suelta pluma hétero está realizando un acto revolucionario, en el sentido matemático de la palabra, de girar un plano para volver al punto de partida (la geometría los llama «cuerpos generados por revolución», ¡todo un modelo a seguir!), en realidad se conserva la separación masculino/femenino, sólo que ellas le dan la vuelta a la tortilla (dicho sea con todo el respeto). Pero es un acto también subversivo en la medida que conmueve los cimientos de la asigna
ción de roles, del «ser toda una mujer». En realidad, como decía Lacan, la mujer nunca es «toda», y quizá eso le permite tener una necesidad menor de reafirmar la identidad, o al menos tener una capacidad mayor de jugar con ella y con su propio cuerpo.
La pluma es un derecho, no un deber. Ningún proyecto de liberación puede basarse en consolidar una identidad. Quizá con esta reflexión se consiga la liberación más difícil, aquella de cuya necesidad no se tiene conciencia, y por tanto la más radical: la liberación heterosexual.
En conclusión: ni todos los gays tienen pluma, ni todos los que tienen pluma son gays.