Yo te miro, tú me miras
Yo te miro, tú me miras
Aún recuerdo una de las escenas vividas en el programa «El Gran Polvo», que emitía el polémico canal de televisión andaluz Canal 47. En aquella especie de Gran Hermano porno, antaño precursor semiamateur de otras muchas versiones pornográficas mucho más conocidas del concurso televisivo, un maromo en bolas, tumbado en un sofá, le mostraba a la chica sentada delante suya cómo era su polla, cómo descapullaba y cómo se la cascaba. Los que ya veían porno hace más de 15 años quizás la disfrutasen también.
A pesar de ser gay convencido, aquella situación me parecía más que morbosa. La chica no dejaba de prestar atención a lo que le estaban enseñando. Al tipo le encantaba mostrarle su falo a la voyeur. Toda una lección en real de «anatomía» masculina al detalle.
Entre tíos, no es nada raro mostrarse la polla en ciertas situaciones. No hablamos sólo de verse la polla mientras mean juntos o se duchan en los vestuarios del gimnasio. Entre colegas heteros, cuando la confianza es amplia y hay ganas de cachondeo, no falta aquél al que le gusta mostrar lo que calza, bien porque se siente orgulloso del arma que porta entre las piernas, o simplemente porque le gusta exhibirse y así sentirse como buen gallito el centro de atención. La cosa puede ir a más y, de reunión en casa de uno de los colegas, pasar de las cervezas al porno, y ya puestos, bajarse los pantalones y hacerse en grupo un pajote. Las miradas al final se acaban yendo hacia el cipote del compañero. Siempre existe la curiosidad masculina de saber si el de al lado la tiene más grande que uno mismo. Comparativa natural entre varones.
Entre gays, mostrarle el cipote al colega seguramente no terminase en una simple ojeada, pero, ¿y entre chicos y chicas? La sexualidad femenina es, en líneas generales, mucho más recatada que la masculina. A muchas ni les gusta mirar, ni mucho menos que les vean. Pero no todas son así. Las hay, como la concursante de «El Gran Polvo», que no dejan de prestar atención a un buen pajote. Otras gustan de exhibirse frente a los hombres, pero lo más completo es, sin duda, mirar y ser mirados. Un juego que entre parejas heteros no está de más, a veces para caldear el ambiente, pero también como juego con el que disfrutar sin necesidad de follar. Compenetración sin penetración donde el tío podrá autosatisfacerse con la aprobación de su compañera, que a su vez dará rienda suelta, sin tapujos moralistas ni tradicionales, a su propio instinto sexual.
-Yo te miro y tú me miras. ¿Te hace?
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